martes, 19 de junio de 2018

La Deshumanización ... por Jose Luis Raya

Es cierto que, como en todas las profesiones, hay personas que tienden a escaquearse y se ha creado una especie de sanción económica para escarmentar a esos que por un padrastro en un dedo son capaces de darse de baja
Cuando Ortega y Gasset hablaba de la deshumanización del arte, refiriéndose básicamente a los ismos y a las vanguardias literarias y artísticas después de la Primera Guerra Mundial, estaba augurando de alguna manera también la deshumanización de la sociedad en general y del ser humano en particular. Si bien lo vislumbra en 'La rebelión de las masas'. En su 'España invertebrada' nos hablaba también de los particularismos y de los intereses grupales. Habría que reivindicar a Ortega como un visionario que se adelantó a su tiempo, pues, como otros grandes –Bradbury, Asimov, Orwell o K. Dick– vislumbraron un mundo distópico en el que el ser humano se ha desintegrado para representar un mero número, expediente o dato estadístico. Nuestro nombre y apellidos se han mimetizado con un DNI, un número de móvil o un simple código de un legajo. El trato cálido y humano se ha pulverizado como lágrimas en la lluvia.

Después de más de treinta años de docencia recibo una carta certificada, fría y distante, en la que se me comunica que deniegan la retribución total por el tiempo de baja que he consumido. No se adjuntó un anexo interesándose por mi estado de salud, ni una llamada afable y amistosa para darme ánimos en este duro trance que he atravesado y que todavía sigo con secuelas.

Después de un aciago viaje durante la Semana Blanca que concluyó con un lamentable accidente, no precisamente automovilístico, y tras una infructuosa sesión de osteopatía en la que, probablemente y sin mala intención, el fisioterapeuta trasteó más de la cuenta mis delicadas vértebras, más el estrés acumulado por mi profesión y el causado por esas infortunadas vacaciones derivaron en una brusca sacudida del sistema vestibular que produjo una debacle de vértigos y mareos continuados que parecía no tener fin.


JOSÉ IBARROLA



Otorrinos, traumatólogos y neurólogos se aliaron para poner fin a esta angustiosa situación. Diferentes resonancias permitieron atajar de alguna manera el problema. Acudí a una rehabilitación traumatológica y he seguido sesiones de recomposición del equilibrio, especialmente las referidas a Brandt-Daroff. Muchos sabrán de qué estoy hablando.

La medicación con Serc, Sulpirida y Diazepan me ayudaban para ir al baño de pie y no casi a gatas como ocurrió los primeros días, eso sin contar las dos visitas a urgencias y la llamada frustrada a la ambulancia, porque creía morir. Como diría Lope de Vega, quien lo probó lo sabe. Es imposible hacerse una idea real de lo que supone este calvario, si no lo has experimentado.

Es cierto que, como en todas las profesiones, hay personas que tienden a escaquearse (incluso a robar en algún supermercado unas cremas faciales) y se ha creado una especie de sanción económica para escarmentar a esos-as que por un padrastro en un dedo son capaces de darse de baja. Es entonces cuando se produce la injusticia y pagan justos por pecadores, pero es más fácil sancionar de esa manera tan disuasoria que inspeccionar correctamente. Ya hemos dejado de ser personas para deshumanizarnos e introducirnos en el mismo saco. Todos somos sospechosos de esa picardía endémica que persigue al español desde tiempos inmemoriales. Incluidos los que han sufrido fiebres severas, pérdidas de visión, fracturas óseas, asma, parálisis, cardiopatías o fibromialgias. Casi nadie se libra, incluso algún proceso tumoral. Todos tenemos que apoquinar por todas esas indeseables enfermedades que no hemos buscado ni deseado y que tan sólo deseábamos desarrollar una vida y un trabajo normal. Sin sobresaltos.

Me pregunto si ese dinero extraído servirá para que los sustitutos acudan al centro mucho antes de los quince días o si se rebajará la ratio para poder trabajar al menos con soltura, porque la dignidad la perdimos hace tiempo.

Ya sabemos que lo legal no siempre coincide con lo justo, pero no debemos avivar a esta sociedad cada vez más deshumanizada y distópica. Nos estamos desintegrando en el anonimato y en la más absoluta indefensión. Y ya no hablo de docentes y profesores, sino que abarca a todas las profesiones y estratos. Esa rebelión de las masas orteguiana parece ser que pudiera estar germinando. No es de extrañar que surjan partidos nuevos que pongan fin a este bipartidismo endémico que no avanza, plagado de contradicciones e incoherencias supinas. Se está perpetuando un sistema que desintegra al ser humano y lo convierte en un ser anónimo e inerme. Me pregunto cuándo se comprenderá que un trabajador – en una empresa pública o privada- rinde mucho más si se le valora y se le ofrece todo tipo de facilidades para que pueda desempeñar su labor con satisfacción y no se convierta en tribulación y adversidad. Me pregunto dónde están esos sindicatos que sólo aparecen en las noticias sosteniendo pancartas reivindicativas.

Es hora de zarandear este sistema que nos vigila pero no nos ampara, que nos custodia pero no nos protege, que nos exige pero no nos cuida, que nos exprime pero no nos alimenta, que nos cuenta como simples datos numéricos y nos difumina hasta hacernos desaparecer como lágrimas en la lluvia. Esto es la deshumanización.

Jose Luis Raya 

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