lunes, 25 de junio de 2018

Por un flamenco de puertas abiertas... por Pablo Bujalance



Empezó la noche por tangos, en tránsito desde la Tonada de Luna Llena de Simón Díaz hasta un pellizco de las canciones lorquianas de Enrique Morente. Y para entonces ya sabíamos que resultaría inútil cualquier diatriba entre flamenco heterodoxo y ortodoxo, entre la pureza y la contaminación, porque al fin contamos con una artista en las que tales distinciones carecen de sentido. Rocío Márquez canta asentada con firmeza en la tradición, el legado que sigue siendo en su voz una cuestión por hacer; y a la vez es contemporánea en cada envite: lleva el tono a donde más se resiste, descubre caminos en el cante donde nadie los espera, hace del oficio de cantaora, así, sin más apellidos, sin más extremos, una labor necesaria en el siglo XXI. Continuó luego con un cante abandolao, afirmada en Málaga pero con un ojo puesto en Huelva, y todavía con el clima templado no cabía más que admirar la calidad patrimonial de los graves de su voz, melódicos hasta mucho más allá de lo que el oído acostumbra, como unos cimientos que ya son habitación. En aquel trance la rendición estaba cantada: sólo cabía esperar que, tal y como sucedió, el Teatro Cervantes se pusiera boca a bajo y el público saludara en pie a la onubense.

Sin trampas, sin atajos, sin dar gato por liebre, sin marcas ni merchandising: Rocío Márquez cantó arropada por el brillante cuerpo armónico que articuló Manuel Herrera a la guitarra (preciso, afinado y con una portentosa conjugación de los silencios) y con el compás de Los Mellis, cuya entrada en escena resultó siempre agradecida en virtud de una ágil delimitación de espacios dramáticos. Tal puesta en escena le bastó a Márquez para ofrecer un flamenco actual, pleno, de puertas abiertas: una casa en la que cabemos todos. Por bulerías se acordó de Pastora y de Vallejo, pero había que escucharla por mineras, citando de nuevo a Morente, consciente de sus maestros y a la vez maestra: es tal la sabiduría puesta en cada nota, tal la afirmación sembrada en cada ay, que a cada paso su cante pinta paisajes repletos de matices, delicados y frágiles y por eso imbatibles. Cuando le dio por hacer el cante de ida y vuelta, demostró ayer Márquez una creatividad pasmosa inventando caudales que nadie ha visto antes, todo con una voz así de virtuosa (su dominio técnico resulta apabullante hasta las lágrimas) pero a la vez cómplice, familiar, limpia, llena de luz, sin peleas de perros. Cuando llegó el Firmamento de Isabel García Escudero ya éramos cautivos: Lo peor de la condena / es cogerle el gusto a las cadenas. A éstas, desde luego.

Pablo Bujalance

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