domingo, 17 de junio de 2018
Plácido Romero, el artista inagotable ...por Antonio Soler
Plácido Romero es el artista inagotable, el artista que vive en artista y cuya mente es un aparato creativo en combustión permanente. Respira y expande cratividad. No es un artista con horario. Ni de ocho de la mañana a dos de la tarde, ni artista de madrugadas ni de auroras propicias para las musas. Plácido Romero come y está comiendo un artista, Plácido Romero sube una escalera y es un artista en movimiento. Plácido pinta cuadros y hace de su vida una obra. Uno le ha conocido dos casas muy diferentes, una bucólica en el campo malagueño y otra barcelonesa y urbana. Y las dos viviendas eran una obra de arte en desarrollo. Dos lienzos en tres dimensiones que albergaban el alma de quien la habitaba. Y así la vida entera. Ahí vendrán los detractores, los críticos y los burócratas de la creación a hablarnos de pautas y compartimentos estancos. La creatividad de Plácido corroe las paredes de esos compartimentos y crea filtraciones, humedades que antes o después se convierten en obras de arte.
Juan Carlos Onetti, el portentoso y pesimista escritor uruguayo, describía la relación de Vargas Llosa con la escritura como la de un marido, alguien casado con la literatura y acogido a las rutinas maritales. El propio Onetti afirmaba que, por el contrario, lo suyo con la escritura era una relación de amante. Encuentros amparados por los claroscuros, la efusión arrebatada y discontinua. Callejones penumbrosos en los que amarse, citas furtivas e intensas sin tener claro en qué parará esa pasión. Siguiendo la metáfora onettiana podríamos decir que Plácido Romero es un tipo que se ha casado con su amante. Y que veinticuatro horas al día y durante décadas la somete a la montaña rusa de lo inesperado y lo furtivo. Por eso puede uno encontrarlo por una calle de Barcelona, bata blanca y micrófono, haciendo entrevistas científicamente locas sobre el delirio independentista o ataviado a lo Luis XV en un exposición.
Su trayectoria es una muestra inestimable de esa búsqueda permanente. Bisnieto de El Bosco por parte de padre y de Brueghel el Viejo por parte de madre, sus cuadros de hace veinte años eran un misterio cargado de literatura. Una literatura teñida por el velo de los sueños. Encontró su estilo, y su público. Y lo destruyó (el estilo, el público lo siguió, lo seguimos, expectante). Lo redujo, lo contrajo a unas líneas geométricas que venían a ordenar el caos. Pronto comprendió Plácido que el caos es ingobernable y el río comenzó a fluir de nuevo sin muros de contención. No volvió al punto de partida. Eso era fácil y este artista nunca transita dos veces el mismo camino. La hierba crece a su paso. Es el anti Atila. Ahora no solo la hierba sino la flora entera crece detrás y delante de sus pinceles. Así ha podido verse estos días en la Galería Cartel. (Si el visitante no da en la báscula los 100 kilos, el artista se ofrece a llevarlo en brazos o bien a cuestas mientras le comenta la obra).Antonio Soler
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