A mí, aparte de molestarme la placidez del descanso de sábado, me fascinaba el hecho de que fueran a buscarte a casa el consabido mueble. Parecía más fácil que la tienda se quedara en un solo sitio y las personas llevaran sus enseres, antes que la tienda entrara en tu casa.
Eran los ochenta, pónganse en mi lugar.
Ya de adolescente me dio por leer distopías, hábito que no he abandonado. Ya saben: representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana. Lo opuesto a utopía, vamos.
De alguna forma, con la distopía me pasaba como con el tapicero. Me parecía algo imposible. Parecía evidente que había que esforzarse mucho para llegar a la distopía. Que esta no iba a pasar por delante de nuestra puerta con una flauta de pan, caramillo o altavoz enchufado a radiocasete, esperando que saliéramos a recibirla. Resulta que no. Hace tanto tiempo que dejamos atrás el '1984' de Orwell, con su gobierno reescribiendo la historia; con su policía del pensamiento, constriñendo lo que se puede o no se puede decir, opinar y hasta pensar; que parece naif mencionarlo. La vuelta de tuerca, claro, es que ahora es el propio pueblo el que se encarga de perseguir. Lo cual siempre es práctico.
Vamos, como le decía, por delante de Orwell y de Huxley. Ya se nos empieza a quedar corto 'Black Mirror', también. Ayer se produjo una conmoción en el Reino Unido al salir a la luz unas declaraciones de uno de los diputados conservadores del Parlamento Británico. Ben Bradley, uno de los vicepresidentes de los 'tories', escribió en su blog en 2012 que Reino Unido se iba a ahogar «en un mar de derrochadores desempleados», por lo que animaba a esterilizar a los parados para que no supongan una carga para el Estado. Bradley está en su derecho de proponer tal medida, igual que yo estoy en mi derecho de proponer que a Bradley deberían colgarlo de los pezones en una plaza pública. Ambas son ilegales, la diferencia es que la mía nadie se la va a tomar en serio y la de Bradley sí. Como les decía, no hay que esforzarse por buscar al tapicero ni a la distopía. Estas aparecen solas. En su propio domicilio.
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