Fueron niños de guerra y posguerra, condición que imprimió en ambos cierto aire de resistencia que aún perdura. «No se estaba ya en guerra aquel verano, / mi padre me llevaba de la mano, / yo estudiaba segundo de jazmines», escribió Alcántara en 'Niño del 40'. Pronto llegaron el amor y la poesía. Atencia se casó con el escritor y editor Rafael León, con quien tuvo cuatro hijos, y Alcántara conoció en Madrid a Paula Sacristán, con quien contraería matrimonio ocho años después. En 1955, cuando María Victoria publicó sus primeros sonetos, que adelantaban un extraordinario dominio de la métrica, Manolo ya se había bebido las tertulias de los cafés literarios de la capital y lanzó 'Manera de silencio', su primer libro de poemas, que obtuvo el Premio Antonio Machado.
Por entonces en Málaga todavía resonaban los ecos del 27 pese a los intentos de la dictadura por enmudecerlos. La revista Caracola tomó el relevo de Litoral y publicó poemas de Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti o Jorge Guillén, textos que durante una primera etapa salieron de la antigua imprenta Sur, por entonces bajo el nombre de Dardo. Eran ediciones cuidadísimas y tuteladas por Bernabé Fernández-Canivell y el propio Rafael León, herederos de la exquisita tradición tipográfica de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. Alcántara y Atencia colaboraron en Caracola junto a otros poetas malagueños de su generación, como Alfonso Canales.
Tras publicar 'Arte y parte' y 'Cañada de los ingleses', María Victoria entró en un período de silencio que se prolongaría entre 1961 y 1976. Había descubierto a Shakespeare, Dante y, sobre todo, a Rilke, una de sus mayores influencias. Aquel mutismo, que los críticos han achacado al impacto de los clásicos, la muerte de sus padres e incluso la maternidad, sigue siendo una de las grandes incógnitas que sobrevuelan su biografía. Sólo «un desequilibrio en mi vida amorosa», según reconoció años después, le devolvió el impulso de la escritura. De aquel episodio nació 'Marta & María', un libro arrollador e imprescindible: «Ajenos, los amantes continuaron su sueño / y aunque un frío finísimo paralizó mi sangre, / estuvo a punto el té, como todos los días».
Alcántara desarrolló su trayectoria periodística en diarios como Marca o Pueblo, sin descuidar su faceta poética. En 1963 recibió el Premio Nacional de Literatura por 'Ciudad de entonces'. Antes había publicado 'El embarcadero' y 'Plaza mayor', con varios guiños a sus orígenes: «Me hice a la mar, estando hecho al recuerdo, / por perderme otra vez como me pierdo / junto al que fui, cogidos de la mano». Terminó de ajustar cuentas con su nostalgia mediterránea en el verano de 1969, cuando compró su casa en Rincón de la Victoria. Como en el caso de Atencia, la década de los ochenta fue la más prolífica para su poesía, con libros como 'Anochecer privado' o 'Este verano en Málaga', donde Alcántara alcanza su cima poética con títulos como 'Si vivir consistiese en darse cuenta' o 'Excusas a Lola', en homenaje a su hija: «Siempre tuve un pequeño presupuesto / para el amor. En la melancolía / se me fue lo demás. Si todavía / quedaba algo lo eché en vivir. El resto. / Más vale que lo sepas por mí. Era / bueno y malo lo mismo que cualquiera».
Con mayor libertad métrica que en sus inicios, aunque similar predilección por endecasílabos y alejandrinos impecables, María Victoria crece como poeta de un modo vertiginoso entre los ochenta y los noventa, ella que siempre disfrutó de los despegues. Con libros como 'De la llama en que arde' o 'Las contemplaciones' («Se prohíbe la nostalgia. No hay más contemplaciones») se abre un hueco definitivo como una de las voces más poderosas de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. Aunque nunca ha concurrido a certámenes, recibe los premios Nacional de la Crítica, Federico García Lorca o Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otras distinciones. Fue investida doctora Honoris Causa por la Universidad de Málaga en 2011, once años después que Alcántara y horas antes de la muerte de su marido.
La última vez que María Victoria y Manolo cruzaron sus caminos, dispares pero paralelos, fue en febrero, en un homenaje al articulista de SUR. «He venido por ti, Manolo», le dijo ella. Y se abrazaron tal vez «como aquellos adolescentes que fuimos», escribió Alcántara, «que acaso seguimos siendo».
AL SUR
por María Victoria Atencia
Al sur de algún país está mi casa
con discos de Bob Dylan y Purcell, y facturas,
y pudín de Yorkshire, y libros esperándome
y voces que se cruzan por las habitaciones.
Pero la fría sangre del jazmín me atraviesa
cuando la tarde cae, y escribo, como ahora,
o callo en la terraza por los míos ausentes.
Un gran perro acosado ladra en el ascensor.
NO PENSAR NUNCA EN LA MUERTE
por Manuel Alcántara
No pensar nunca en la muerte
y dejar irse las tardes
mirando cómo atardece.
Ver toda la mar enfrente
y no estar triste por nada
mientras el sol se arrepiente.
Y morirme de repente
el día menos pensado.
Ese en el que pienso siempre.
GODIVA EN BLUE JEANS
por María Victoria Atencia
Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,
puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo
-los postigos cerrados- por la ciudad en vela...
No, no es eso, no es eso; mi poema no es eso.
Sólo lo cierto cuenta.
Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve
de la mañana), blusa del 'Long Play' y el cesto
de esparto de Guadix (aunque me araña a veces
las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado,
repartiré en la casa amor y pan y fruta.
LA LARGA INEXPERIENCIA
por Manuel Alcántara
La larga inexperiencia
que me han dado los años,
la manera de ser
y de apurar los vasos
y eso de distraerme
con un reloj o un álamo,
acaso me permitan,
cuando iba a decir algo,
callarme de repente
y pasarlo por alto.
Ya debo de estar muerto:
todo lo veo claro.
EL GESTO
por María Victoria Atencia
Por si el frío quebrara la puerta de mi casa,
dueño ya de los bajos y el hueco de escalera
tras de su largo asedio en la calle arrecida,
voy a ordenar los libros, los cubiertos, la ropa;
voy a cerrar el gas y componer el gesto
con que han de reencontrarme cuando el deshielo llegue.
SONETO PARA EMPEZAR UN AMOR
por Manuel Alcántara
Ocurre que el olvido antes de serlo
fue grande amor, dorado cataclismo;
muchacha en el umbral de mi egoísmo,
¿qué va a pasar? Mejor es no saberlo.
Muchacha con amor, ¿dónde ponerlo?
Amar son cercanías de uno mismo.
Como siempre, rodando en el abismo,
se irá el amor sin verlo ni beberlo.
Tumbarse a ver qué pasa, eso es lo mío;
cumpliendo años irás en mi memoria,
viviendo para ayer como una brasa,
porque no llegará la sangre al río,
porque un día seremos sólo historia
y lo de uno es tumbarse a ver qué pasa.
MUÑECA ROTA
por María Victoria Atencia
¿Qué me intenta decir tu deterioro? Vente,
muñeca frágil y doliente y herida,
sin faldones que cubran tu cuerpo descompuesto,
sin un alma mecánica que te cubra, desastre
de los años y el trato.
No me aparté de ti; nos apartaron
convenciones y usos: no era propio quererte,
y hoy pienso que otras manos te han mecido en exceso.
NO DIGO QUE SÍ O QUE NO
por Manuel Alcántara
No digo que sí o que no.
Digo que si Dios existe
no tiene perdón de Dios.
No digo que no o que sí.
Digo que me gustaría
que Él también creyera en mí.
Yo no le guardo rencor.
Si lo encuentro alguna vez
nos perdonamos los dos.
Diario Sur
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