En 'Ceres', uno de los poemas más brillantes de 'La policía celeste', su último libro, Clark reflexiona sobre «el final de las dinastías», apellidos que desaparecerán «porque en gran medida somos una generación destinada a no tener hijos por razones laborales, biológicas o económicas». Así hace referencia a «personas huecas como yo, / hijos sin hijos, nombres moribundos», un escenario donde la amistad adquiere condición de inquebrantable: «Admiro a los amigos que hacen pan / y los cuido y protejo con conjuros / inventados, escribo / poemas en su honor y, si se mudan, / vendo mi biblioteca y doblo mal / la ropa y la introduzco / en bolsas de basura y voy con ellos». También Néstore aborda esta cuestión en 'De cuando me equivoqué de bar': «Yo soy de esa clase de amigos / que siempre pide otra ronda en los bares. / (…) Mis amigos, sin embargo, son padres, / de esos que buscan una excusa para volver tarde a casa». Luego llegará la confesión: «Ellos no ven las hormigas que trepan por mi pierna, / no las ven».
Néstore aterrizó en Málaga hace ya diez años, por una beca. «Un Erasmus larguísimo», bromea Clark. Descubrió 'Cuánto dura cuanto', de María Eloy García, y sintió «la necesidad» de traducirlo al italiano: «Me descubrió una poesía que no conocía, lugares que nunca había visto. Mis primeros poemas fueron una copia baratísima de los suyos». Ahora, dos libros después (antes de 'Actos impuros' escribió 'Adán o nada', publicado también el año pasado), Ángelo agradece que la ciudad «me abriera las puertas desde el principio», una hospitalidad que le ayudó a vencer sus inseguridades con el idioma y el baño de realidad que llegó tras la explosión de «la burbuja brillante» que supuso su año como estudiante de Erasmus: «Fue una experiencia maravillosa, pero luego me encontré solo en una ciudad desconocida». Codirector del apetecible festival de poesía Irreconciliables y de la editorial feminista La señora Dalloway, Néstore escribe en español, con mayor seguridad desde que Chantal Maillard le descubrió que «no haber aprendido el idioma desde niño da más libertad porque tienes una percepción distinta de las palabras, como cuando insultas en otra lengua y no te suena tan duro».
Traducción y reediciones
También Clark, uno de los poetas más poderosos de su generación, sabe lo que es sentirse «como un niño extranjero en todas partes». Colecciona premios, traduce a Anne Sexton, ha escrito una decena de libros y prepara la reedición de 'Memoría' y 'La mezcla confusa', donde incluirá varios poemas inéditos en papel, como un veterano de 34 años: «Al vivir en la Costa del Sol, mis genes británicos me provocan ganas de jubilarme». Apenas lleva unos meses instalado en Málaga, pero se ha abierto un hueco en el tejido cultural de la ciudad, que hasta le ha regalado un vals con Christina Rosenvinge durante su último concierto en el Teatro Cervantes: «En unos años me gustaría ser malagueño, o boquerón, sin renunciar a ser ibicenco. Es más, me gustaría afirmar que soy paleño».
Como Néstore, el poeta ibicenco de aspiración boquerona siempre ha sentido «una libertad enorme» por la baja comprensión lectora en español de sus padres, ambos británicos: «Nunca había reparado en ello hasta la traducción de 'La policía celeste'». Esa falta de escrutinio paterno «es un pequeño dolor y un alivio a la vez» que le ha librado de la tentación de censurar ideas por posibles daños colaterales, como cuando relata una estancia junto a su padre en la sala de espera de Cardiología: «Y dicen nuestro nombre y me sonríe, / victorioso y anciano, y en sus ojos / danza un pirata dueño de un secreto».
Hijos nonatos y padres lejanos asoman entre los versos de Clark y Néstore, convencidos de la necesidad de revisar la enseñanza de la poesía en colegios e institutos «para que no resulte un coñazo, sino algo vivo y útil». Incluso a lo que dedicar la vida.
BEN CLARK
Lorca imprime su tarjeta de embarque
Todavía eres joven
porque no es necesario que hagas scroll
al elegir el año en que naciste
al facturar en Ryanair. (El año
que viene es otro tema.) Pero mira,
gira la rueda y baja hasta el final
(Giraba, / giraba la rueda).
Verás el año mil
ochocientos noventa y ocho; el año
en que nació García Lorca alguien,
alguien en Ryanair con mucha fe
(alguien a quien yo amo desde ahora)
ha imaginado un Lorca
con ciento veinte años y ninguna
bala en el pecho frente a la pantalla,
introduciendo el código
de la reserva, el mail (¡el mail de Lorca!)
y eligiendo el asiento (ventanilla)
y dándole a imprimir (la vieja escuela)
y pensando en el viaje
y en la vida con ciento veinte años
y ni una sola bala.
Campus
Algo funciona bien en este campus.
Es la hierba.
No son los cuerpos tersos, tan perdidos
en la mañana obtusa del deseo.
No son estas palabras; no es el agua
de esta fuente maltrecha y ponzoñosa.
Es la hierba.
Crece sin esperanza y crece verde,
constante, compasiva.
Y hay veces que se eleva
y viaja entre carpetas y entre apuntes estériles
de asignaturas muertas. Es la hierba.
Dolorosa y paciente. Su embajada y su lecho.
La hierba verde y triste.
Oda a la juventud recién cortada.
Café Machado
En cada error existe una verdad.
El corazón enfermo de mi padre
no debe estimularse con café.
Pero no se resigna.
Su vida nunca fue descafeinada
ni sin alcohol. Un poco es algo,
dice, y por eso pide
siempre café Machado. Es manchado,
corrijo. Un café manchado, dice.
Y de pronto me siento un asesino.
El regreso
Regresar de la muerte es improbable.
Regresar del amor, un imposible.
La persona que vuelve sin saber nunca a dónde,
bajo las tenues luces de farolas quebradas;
la persona que vuelve sin saber nunca a dónde,
sabiendo que sus viajes ya no sirven;
no conoce otra patria que el pecho de la ausencia.
No entiende ya la lengua de los hombres,
y todas sus costumbres le parecen banales.
Esa persona triste que ha visto medio mundo
buscando los dos cuartos desgajados del alma
no quiere volver nunca. No puede volver nunca.
ÁNGELO NÉSTORE
E io chi sono?
Por la mañana abandono mi sexo.
Al atardecer vuelvo
cuando me desnudo para entrar en la ducha.
Mi madre siempre dice que tengo los hombros de mi padre.
Con el vaho en el espejo el contorno es más ancho, más
generoso.
Dibujo una línea recta con los dedos, con la mano la deshago.
En los ojos guardo la tristeza de las muñecas
que jugaron a ser hijas
y que mis padres acabaron regalando.
El agua fría me trae a mi cuerpo,
escondo el pene entre las piernas.
Mamá, ¿a quién me parezco?
Si mi padre me dice
Si mi padre me dice: Sé un hombre
yo me encojo como una larva,
clavo el abdomen, bajo el anzuelo.
Blando, como un molusco sin concha,
me siento desmantelado, aguanto el tipo.
Me pregunto entonces
de qué sirve haber aprendido cuatro idiomas
si las palabras no se oyen bajo el agua,
si solo sé escribir poemas.
De cuando me equivoqué de bar
Yo soy de esa clase de amigos
que siempre pide otra ronda en los bares.
No tengo hijos,
soy el hijo único de una dinastía de bastardos
que se llena el estómago y se autodestruye.
Mis amigos, sin embargo, son padres,
de esos que buscan una excusa para volver tarde a casa,
siempre me invitan a otra,
nunca quieren que me vaya.
Ellos me miran y cien veces
me cuentan cien veces lo difícil que es
la suerte que yo.
Ellos no ven las hormigas que trepan por mi pierna,
no las ven.
Beben tiempo con su boca de padres,
tragan tiempo con su saliva de padres
y yo me vuelvo cada vez más pequeño
y sus hijos cada vez más grandes.
Y con cuarenta, con cincuenta,
volveré al mismo bar de la esquina
y entonces los que hoy son niños se preguntarán por qué
tantas hormigas en mi boca,
por qué el amigo de sus padres se sigue creyendo joven.
Con cincuenta, con sesenta,
quién me llevará a casa,
quién guardará mis huesos bajo las sábanas.
Con sesenta, quizás, con setenta
quién contestará a mis preguntas,
quién me dirá lo difícil que es,
la suerte que yo
cuando un día me confunda y pida otra ronda
frente a la sola luz de mi nevera.
Alberto Gómez . Diario Sur
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