Hay un calendario natural que amarillea las hojas de los árboles y otro que incendia las páginas de los periódicos y recalienta las pantallas de plasma o lo que sea ese material con el que fabrican las tablets y los ordenadores. Este último es el calendario electoral, un calendario que este año nos trae un otoño cargado de ministros cojos y un bombo y platillo que se reparten a partes iguales los soberanistas más levantiscos y los españolistas de oficio. La prudencia se encoge. Cuando el chaparrón electoral aprieta, el campo de los prudentes es el de los tibios, el de la ignominia. Así que toca tensar. Tensar lo que sea, alcanzar ese escorzo ideológico o de marketing que los laboratorios aconsejan para recolectar votos. Arengas más propias de Godofredo de Bouillón en las cruzadas que de políticos del siglo XXI. Viajando hacia el pasado en esta etapa de regresión, nacionalismos, chovinismos e intransigencias que confunden lo retrógrado con la progresía, el culo con las témporas.
Caen las hojas otoñales y cae la cordura. Es el carnaval electoral. El tiempo de las subidas de las apuestas, las filigranas y unas promesas que se llevará el viento. Y con las promesas llegan las excavadoras de última hora. Parches para lo prometido hace cuatro años. En Málaga, un ejemplo extrapolable a toda la geografía nacional, van a gastarse 26 millones de euros municipales en obras por todos los barrios de la ciudad. El casco urbano está abierto en canal por tres o cuatro sectores. Eso va a seguir así. Esas son obras faraónicas cuya eternidad puede achacarse a la desidia de otras instituciones, a su natural crueldad contra los malagueños y a la envidia que nos tienen. El cauce del Guadalmedina sigue siendo una cicatriz abierta, un costurón feo que parte en dos la ciudad y cuya solución elevaría a no se sabe qué potencia el atractivo y la coherencia urbanística de Málaga. Pero eso no toca. Eso toca cuando un viento caprichoso remueve no se sabe qué lodos o polvos. De momento está bien.Como bien está la catedral, que, por vía del urbanismo municipal, nos enteramos de que está acabada. De que el obispado y los que no vemos la torre sur ni el frontal superior somos unos alucinados que no apreciamos la conclusión de las cosas. Quién sabe. También lo del Guadalmedina esté acabado. Y las obras del Metro. Y la Alameda, y esas zonas en las que Málaga le hace un guiño al Sarajevo de los noventa. No es que en Urbanismo sean partidarios de no terminar la catedral, algo que podría discutirse, es que la ven terminada. Cuando era niño vi una película titulada 'El hombre con rayos equis en los ojos'. Al principio la cosa tenía gracia, porque el protagonista veía en ropa interior a la gente. Algo así les pasará a los responsables de esa gerencia. Un trastorno parecido es el que padecen los políticos en campaña. Siempre viendo la tierra prometida que nosotros no alcanzamos a ver. Y luego dejándonos en pelotas.
Antonio Soler
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