sábado, 20 de mayo de 2017

Teatro Romano ... por Domi del Postigo

Un hombre como un guiñapo en un suelo de México. Visto desde Málaga en una foto pequeñita de los periódicos no parece importar demasiado. Muere gente a diario. Como ayer, alocadamente atropellada en Times Square. Parecía el rodaje de una película que luego nos pasan por la tele, en el mismísimo corazón de Manhattan. Cada día niños mueren por falta de medicamentos o hambre, qué brutal absurdo, insoportable si te paras a pensarlo. Por eso hay veces que no nos paramos a pensar. Pero el hombre en el suelo era periodista. Y todo apunta a que quienes le han acribillado, sicarios del narco, ejecutaban la orden del poder que quiso callar a quien contaba de él. ¿No merecía estar, pues, en las portadas de los periódicos? De todos los del mundo. Pero no va así la cosa.


Valdez

Ese último periodista, asesinado esta semana para que no fuera periodista más, se llamaba Javier Valdez. Van catorce periodistas matados en México en los últimos doce meses. Vivir para contarla se llamaba la primera tanda de memorias del periodista y escritor García Márquez. Morir por contarlo es el sencillo resumen que convierte en héroe a Valdez. Cuánto valor el suyo. Que en paz descanse ocupando por un día las portadas, al menos las del cielo. Qué valentía la de quienes creen que el periodismo es un imprescindible servicio público, hasta el extremo de morir por sacar a la luz la verdad que sus verdugos pretenden ocultar. Frente a eso, el periodista de andar por casa en países como el nuestro, o en paraísos tan habitables como Málaga, debe intentar al menos ser honrado. Lo justo para mantener el equilibrio de ir tirando, pagar la hipoteca y sacar adelante a los hijos, para concretarlo sin demasiada retórica. Además de no ser mala persona, como advertía Kapuscinski, ni caer en el cinismo tentador.

Ya...
Me da pena y me supera (de ahí mi pequeñez) que el encanallamiento sin clase ni mesura que cohabita las redes sociales, en demasiadas ocasiones sin la contrastada información, se esté contagiando a lo que queda del papel prensa, a las trincheras partidistas y en ocasiones a las movilizaciones ciudadanas. Lo estamos comprobando en Málaga con todo lo sucedido alrededor del concurso del edificio de los antiguos cines Astoria-Victoria y la dolida carta de mi admirado y querido Antonio Banderas. Opinar sobre esto es caminar sobre un campo minado, de cuya intensidad no recuerdo muchos antecedentes. Aunque, en realidad, algunos dirán que nadie pierde las piernas por ello ni se quedará muertito y tirado en el suelo. Ya€

¿No?
Me asalta la duda una y otra vez, a propósito de este asunto y de alguno de sus pormenores, sobre por qué los concursos de ideas para un edificio de titularidad municipal como éste, por ejemplo, no exigen que los arquitectos que participen asuman la obligatoriedad de ajustar sus proyectos a la legalidad vigente para ese espacio. Si fuera así, evitaríamos que nadie plantease dudas más o menos intencionadas sobre la viabilidad posterior del mismo, o sobre la mínima apariencia de favoritismo que pueda llevar a pensar que lo que se pretendía era adecuar la legalidad a los intereses del promotor. ¿No?

Seguridad jurídica
Y si la Ley, por obsoleta, estorbase para adecuar una nueva realidad interesante (que no interesada) para el bien común y también, por qué no, para el de sus promotores, ¿no convendría corregirla por los cauces legales para evitar agravios comparativos antes de convocar el concurso? Por otro lado, ¿qué reto profesional supone proyectar una idea a priori legalmente inviable? ¿Qué mérito tiene, otra vez por ejemplo, elevar la edificabilidad para rentabilizar, poner más plantas que las admitidas en ese espacio más o menos protegido en ese momento, como con sorprendente normalidad suele hacerse? Ya se hizo hace algo más de una década, en menor medida, en el proyecto de viviendas de lujo para el mismo edificio de la promotora Baensa (a la que el ayuntamiento terminó comprando el Astoria). Y se ha vuelto a hacer en este concurso de ideas ganado por los estudios de Partida Mendoza y del arquitecto José Seguí, responsable de la reciente rehabilitación del Hotel Miramar y autor del rascacielos que algunos rechazamos en el morro.

Y aún lo sueño
Eran los años 80. Aprovechamos el vestuario e hice el mismo personaje que ya había hecho Antonio en el Teatro Romano de Málaga en Rómulo El Grande, de Dürrenmat. Una responsabilidad, porque Banderas siempre traspasaba el proscenio. Dirigidos de nuevo por Óscar Romero, en la aún compañía Teatro ARA, junto al señor Martín (que un día dejó caer sin querer un pesado puñal de hierro sobre el pie desnudo de un compañero en plena actuación con grito del herido incorporado), a Chencho Ortiz, Miguel Ángel Báez, María del Mar Peláez, Héctor Ferrada, etc, en aquellas tablas, yo ya soñaba con que un día Antonio fuera tan famoso que abriera un teatro en Málaga. Y aún lo sueño€

Porque hoy es sábado.

Domi del Postigo

No hay comentarios:

Publicar un comentario