Tengo que confesar que en mi fuero interno aterrizó el domingo la alegría cuando comprobé que Susana Díaz había perdido las elecciones primarias que se celebraron en el PSOE. Puede que por una inclinación muy humana hacia las noticias que llegan de forma inesperada, la derrota de Susana me puso contento y provocó cierta reconciliación mía con los militantes socialistas; incluso con los que la votaron a ella.
Vale. Puede que quizás la mejor candidatura fuera la de Patxi López, que por cierto durante toda la campaña y más allá ha demostrado ser un tipo coherente, aportando ideas y echando un poco de aire y de racionalidad en mitad del lamentable fuego cruzado que han protagonizado durante varios meses nuestros Pimpinella del socialismo. Pero gracias a la derrota de Díaz hemos visto por ejemplo cómo se obraba un milagro, el de la resurrección de Pedro que, todo hay que decirlo, con su inusitado empeño por convertirse en presidente del Gobierno casi a toda costa, tampoco es que se presente como un secretario general para tirar cohetes precisamente. Con la tremenda caída del antes irrompible aparato socialista, dentro de poco podremos contemplar otro fenómeno traducido en una probable dimisión de Heredia. Después de innumerables derrotas en las urnas, será su propia militancia la que acabe con él. Nadie da un duro por su reelección como secretario provincial y ayer mismo, por si colaba, tuvo el descaro de ofrecerse a Pedro Sánchez para «trabajar por el partido». Y es que algo tenía que pasarle a los hacedores de aquel espectáculo de Ferraz de hace algunos meses. La muchacha que en su momento y recién bajada del AVE se presentó allí como ‘la máxima autoridad del PSOE’ estaba anoche en una esquinita de la foto y con una cara de compungida digna de asombro, la misma que la del resto del pelotón de supuestos vencedores en una caída en picado.
Es verdad, me alegré de que perdiera Susana y escrito así puede sonar fatal, pero estas son las cosas que pasan después de un viernes noche salvaje consistente en acompañar a un paciente a las Urgencias del Carlos Haya. Allí echamos la tarde y la noche, acompañados por enfermos amontonados durante seis u ocho horas en una misma sala con una luz que cada rato se nos antojaba un poco más deprimente, un sentimiento efímero de asco hacia la vida que se veía interrumpido por bromas desesperadas o por la increíble amabilidad del personal sanitario, que son también víctimas de todo esto. En Málaga, la inclusión del logo de la Junta en todos los lugares posibles de los hospitales públicos es contraproducente para el partido. Después de siete horas de espera, que culminaron con el no menos emocionante ingreso de mi amigo por una apendicitis que no viene al caso, lo normal era eso, salir del hospital repitiéndonos una y otra vez la misma frase: ojalá pierda Susana.
Txema Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario