El actor escribió una carta para anunciar que abandonaba el proyecto harto de los insultos y juicios de valor sobre su persona y sus socios. La tierra tembló y el malagueñismo añejo se rasgó la camisa blanca para denunciar que la ciudad perdía otra vez una oportunidad de oro. Como con Rafael Moneo y La Mundial. Se asemeja la huida de Banderas a la que protagonizó en junio de 2001 el arquitecto canadiense Frank Gehry –diseñador del Museo Guggenheim de Bilbao–, que se marchó de Málaga tras mostrarse «muy ofendido» por el trato recibido al visitar el puerto de Málaga, al que llegó invitado por una asociación local para que propusiera ideas sobre la nueva parcela del dique de Levante. Claro, las ideas quería cobrarlas como todo hijo de vecino, pero Enrique Linde, entonces presidente de la Autoridad Portuaria, le explicó con su diplomacia habitual que una contratación de este tipo requiere la convocatoria de un concurso público y que no podía hacerse a dedo. Pues se armó, y eso que entonces no existían las redes sociales como ahora, donde uno da los buenos días a las nueve de la mañana y se acuerdan de tu santa madre. Con el caso Banderas, peor. La mayoría, sin leer el pliego de condiciones o indagar en la cronología de lo que había sucedido, acusó, juzgó y condenó al que discrepara en lo que se tarda en escribir 140 caracteres. Ante esta banalidad, superficialidad y deriva sólo queda declararse culpable ante el juez. «Sí, señoría, soy un antisistema». Y por el otro lado, igual: todos contra Banderas, sin conocer ni un sólo dato del proyecto.
Lo cierto es que el actor ha renunciado al proyecto, quizás, de forma apresurada y mal aconsejado, revelando que tiene la mandíbula débil para encajar críticas.
Su precipitada marcha deja en el aire si su renuncia se debe a la inviabilidad económica del proyecto ante el difícil encaje legal de construir tres plantas más de lo permitido en la zona, lo que implicaría menos superficie para alquiler locales comerciales o de restauración. Esta variante fue desmentida por el propio Banderas, que en su carta de despedida decía que nunca pasó por su cabeza la idea de que este proyecto fuese rentable para él, más bien lo contrario. Incluso comentaba que haría un ofrecimiento económico anual de 250.000 euros para ayudar a cerrar un presupuesto por temporada solo para los teatros, que rondaría los tres millones de euros.
Pero el problema de este galimatías no es ni Banderas ni su demostrado amor por esta tierra. Todo lo contrario. Un proyecto cultural firmado por Antonio Banderas tiene casi todas las posibilidades de acabar en éxito, pero enriquece saber que en esta tierra de piratas, veletas y amotinados aún se puede discutir si el proyecto y la gestión del concurso cumple con lo que la ley exige a todos por igual. El problema es que el teatro de Banderas era como el banderín de enganche para un proyecto, quizás, poco dimensionado en su parte cultural y entregado a esta ciudad de hostelería y terrazas.
Sostiene el PP que los comunistas han arruinado este proyecto. Así lo dijo ayer Rafael Hernando. Sostiene la oposición de izquierdas que el alcalde de Málaga, con sus desafortunadas declaraciones, sembró la duda sobre si se estaba confeccionando un traje a la medida para el proyecto que ganó el concurso de ideas y que ahora debía presentarse al concurso de adjudicación.
Juan Mellado
La opinión de Málaga
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