domingo, 3 de junio de 2018

Pedro Sánchez Presidente ... por Manuel Castillo

La llegada del socialista Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno de España supone un cambio de ciclo en la política española desde la Transición. El abrazo en el Congreso de los Diputados entre el líder del PSOE y el de Podemos, Pablo Iglesias, minutos después de ganar la moción de censura contra Mariano Rajoy, certificó la llegada al poder de la nueva política y el fin efectivo del bipartidismo en este país. Paradójicamente, con un presidente bajo las siglas del viejo PSOE, cuyo aparato volvió a mostrarse desconcertado por la maniobra de su secretario general y aún se preguntan cómo explicar ante los suyos las extrañas alianzas.


Hay que reconocerle a Pedro Sánchez que sabe leer mejor que nadie la nueva realidad social y política. Lo hizo al ganar contra todo pronóstico aquellas primarias a Susana Díaz apoyado sólo en la militancia y frente a toda la cúpula socialista y sus barones, que el viernes se empeñaban con tanto afán en demostrar su lealtad y respaldo al nuevo presidente que resultaba un tanto inverosímil, y hasta cómico. Y lo volvió hacer tras la sentencia del 'caso Gurtel'. Intuyó con rapidez que el deseo por expulsar a Rajoy de la Moncloa era superior a cualquier otra discrepancia entre los diferentes grupos de la oposición. En un movimiento hábil, con pocas posibilidades de éxito a priori, se fue convirtiendo en una alternativa real a Rajoy y, al mismo tiempo, en una ventana abierta para los independentistas catalanes y para el propio Podemos, en horas bajas tras la polémica de la compra del chalé, con jardín, piscina y dos mil metros de parcela de sus líderes, Iglesias y Montero. Falta por saber si esa ventana abierta termina siendo una salida al conflicto soberanista o un salto al vacío, tanto de los independentistas como del propio Sánchez. Y, por tanto, del propio Estado.
Instinto depredador de Sánchez

Hace sólo unos días algún líder socialista andaluz daba por muerto políticamente a Sánchez y vaticinaba su descalabro. Días después, está en la Moncloa y puede ocurrir que por más tiempo del que muchos puedan creer o desear. Esos vaticinios catastrofistas no suelen cumplirse y luego el sistema y la inercia se encargan de sostener y consolidar a los que ostentan el poder. Si se mira con perspectiva, Sánchez puede caer mejor o peor, pero no existen tantas y tan importantes diferencias con antecesores suyos u otros líderes del mapa autonómico español. No hay que menospreciar el instinto depredador de Sánchez, cuyo rictus y modales impasibles durante el debate de la moción de censura hacen pensar que aún quedan muchas cosas por descubrir de su personalidad.

Y si Sánchez está hoy dónde está es, como escribí hace una semana, por culpa de Mariano Rajoy, incapaz desde el principio de calibrar el efecto de la corrupción de su partido. Rajoy se ha mostrado noqueado desde la publicación de la sentencia Gurtel y no ha tenido la más mínima capacidad de reacción. Ni por su bien ni por el de su partido. Ni siquiera en defensa de esa estabilidad de España que tanto le gustaba abanderar y que puso como referencia en su último discurso. Actuó como siempre; es decir, no actuó. Esperó, como otras tantas veces, que las cosas cayeran por su propio peso. Pero está vez fue él el que se cayó con todo el equipo. Me pregunto si esa forma de ser que alguna vez se ha vendido como estrategia, olfato político, resistencia y mano dura no era más que el resultado de una forma de ser indolente, siempre con esa sensación de desgana política. El gesto de irse a un restaurante durante horas mientras se debatía su salida es la demostración de hasta qué punto estaba y está alejado de la realidad política, de ese desdén tan suyo, de esa apariencia de que lo que pase a partir de ahora ya no va con él. Hubiera sido más icónico verle comiéndose una hamburguesa en un Five Guys, al estilo Obama. Pero eso no encaja en ese perfil de café, copa y puro que él mismo se ha empeñado en construir. Si la moción hubiera coincidido con el Tour de Francia, quizá habría cambiado el restaurante por una buena sala con televisión. Su error de cálculo fue descomunal. Quizá, visto lo visto, siempre calculó mal sobre la corrupción; desde aquel mensaje 'sms' a Bárcenas.

Pienso que Rajoy ha realizado una buena gestión económica como presidente, en unos momentos especialmente complicados por la crisis. Mantuvo el pulso frente a la amenaza de un rescate absoluto y recompuso el panorama económico, aunque quizá con un excesivo triunfalismo porque el fantasma de la precariedad sigue instalado en muchos hogares españoles. Ha sido un buen presidente, pero no un buen líder. Su perfil técnico le ha llevado a dejar demasiados cabos sueltos en muchos asuntos, tanto como máximo responsable del Gobierno como del PP. Ha dado la sensación de que solo se dedicaba a lo que consideraba importante, a lo que él consideraba importante. Y menospreció muchos asuntos que han terminado por hundirle.

La nueva política es como Tinder para el sexo
España se enfrenta sin duda a una nueva etapa. Y, visto lo visto en el Congreso de los Diputados, va a ser compleja. La nueva política es como la aplicación Tinder para el sexo. Y eso ni es bueno ni malo, sino diferente. Lo importante parece que es tener el poder y ejercerlo; el cómo, cuándo y con quién es irrelevante. Por eso hay quienes se escandalizan por el hecho de que Sánchez haya pactado con Bildu, ERC y el PDeCAT, con aquellos que respaldaron el terrorismo etarra y con los que desde Cataluña ponen en peligro la unidad del Estado. Lógico y comprensible. Pedro Sánchez representa un nuevo PSOE que nada tiene que ver con el viejo PSOE, ese que mantiene a flor de piel la pérdida de Ernest Lluch, entre otras muchas víctimas, y se cree su papel de partido con responsabilidad de Estado. El nuevo presidente llega con su mochila vacía de servidumbres emocionales, políticas e históricas. Y eso irrita a la vieja guardia y confunde a los barones, incapaces de moverse con la rapidez de Sánchez.

La realidad es que hay una buena parte de la sociedad y de los políticos que piensan de una forma diferente, con unos códigos y reglas del juego impredecibles en el escenario político, en el que todo es posible, todo vale y todo es susceptible de cambiar. Y ahí Sánchez se desenvuelve bien. Muchos creen que desalojar a Rajoy y al PP del Gobierno era un fin suficiente para utilizar los medios que fuesen necesarios. Cuanto antes se admita, mejor: hay una brecha generacional y conceptual de la política y han ganado los nuevos, no los de siempre. Pierde una casta política y gana otra casta política.

El sentido común (al menos el sentido común válido hasta ahora) dice que Sánchez va a tener muy difícil la gobernabilidad -lo que puede llevar a unas nuevas Generales-, más aún si se tiene en cuenta que ha logrado que la moción salga adelante con el apoyo de once partidos. Habrá que ver la reacción de Podemos y del independentismo catalán para calibrar realmente las posibilidades de Sánchez de asentarse en el poder. Porque lo que parece evidente es que el nuevo presidente no podrá contentar a todos, aunque parece dispuesto a contentar a quién haga falta, con lo que haga falta y cuando haga falta.

Y habrá que ver quién paga los platos rotos del monumental enfado de Ciudadanos. Albert Rivera se veía presidente gracias al ascenso meteórico de Ciudadanos en las encuestas y ahora tendrá que recomponer su estrategia. Es una incógnita si ese enfado tendrá repercusiones en su apoyo al PSOE en Andalucía. La comunidad presidida por Susana Díaz gracias al respaldo de Ciudadanos puede ser la primera referencia electoral para analizar el impacto de esta moción de censura y del extraordinario cambio de paradigma que se ha producido en la política española, en el que derecha-izquierda, socialdemocracia-liberalismo dejan de ser referencias válidas. Hoy ya no se habla tanto de ideas como de territorios y de poder, en un claro reflejo del 'Juego de Tronos' que tanto gusta a Iglesias. Y en ese contexto Andalucía tiene que repensar su papel, porque es curioso, como reflexionaba el periodista Paco Jiménez, el escaso peso de Andalucía, con ocho millones de habitantes, en las decisiones estratégicas de este país.

Se avecinan grandes tensiones y un reajuste de posiciones que marcará, sin duda, la viabilidad del Gobierno de Sánchez, el futuro del conflicto catalán y, en definitiva, las nuevas reglas del juego de la política española en unos momentos en los que el modelo de Estado, el futuro económico y las relaciones entre comunidades autónomas están permanentemente amenazados. Nunca se vieron tantos abrazos en el Congreso de los Diputados como el pasado viernes. Ni tantos puñales esperando su oportunidad.



Manuel Castillo
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