Igual que el agua se cierra sobre sí misma al caer en ella una piedra, ha desaparecido la promesa de una vida
Después del minuto de silencio, la delegada del Gobierno hablaba de investigar lo ininvestigable y el alcalde ofrecía solidaridad y amparo a esa familia malagueña que súbitamente fue partida en dos por un tajo brutal e inexplicable. Una niña arrojada al vacío y con ella no se sabe cuántas vidas, cuántos caminos que de pronto desembocan en un callejón sin salida, en una noche demasiado oscura y en la que ya nunca luz será la de un día claro. Ponía toda su buena voluntad de persona íntegra María Gámez en argumentar el trabajo de la gente a su mando. Policías, investigadores, forenses. Francisco de la Torre se acogía a lo irreparable y al deseo de superación por parte de la familia ofreciendo el consuelo de esa otra familia, la de toda una ciudad, afectada por esa conmoción. Pero nadie podrá entrar en ese laberinto. Ninguna linterna va a alumbrar ese viento oscuro. Ningún periodista ni ningún detective. Son los terrenos acotados de la locura, ese lugar baldío que hay al otro lado de esa alambrada invisible. Esa tierra donde no crece la hierba y en la que los escorpiones no dejan de inocularse su propio veneno. Antonio Soler
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