Ayer lunes fue un día ideal para practicar un deporte nacional muy
antiguo que consiste en acercarse un buen rato a una obra a contemplar
cómo trabajan los demás. Resulta entretenido sentarse en el paseo
marítimo de El Palo a presenciar cómo unos cuantos camiones y varios
operarios se afanan en arreglar las playas, algunas de las cuales han
desaparecido prácticamente con las últimas resacas marítimas que son
peores que las nuestras.
Están a punto de terminar con la aportación de
80.000 metros cúbicos de arena y una inversión de 375.000 euros sólo en
la capital malagueña. En la provincia, la cifra total asciende a 4,6
millones de euros. Cabe preguntarse si esta política de poner parches a
fenómenos que se producen en la costa casi cada año es lo más
aconsejable. El mar siempre terminará reclamando de forma violenta el
terreno que una vez fue suyo, y del mismo modo devuelve aquello que no
le pertenece. A pesar de que la Costa del Sol es un referente playero,
ni la capital ni la provincia se han caracterizado jamás por tener
buenas playas. Hay que irse a Marbella o a Nerja para alcanzar cierto
nivel. Echar más arena (¿o es tierra?) a la costa es una medida
provisional que se ha convertido en un hábito, evitando así la inversión
real que supondría adecuar la costa a los fenómenos naturales.
Luego está el tema de la salubridad. Hace poco el Ayuntamiento de la
capital exhibió un gran gesto de valentía al calificar sus propias
playas como excelentes. También suena a broma que a estas alturas haya
municipios sin depuradoras, a pesar de las reiteradas sanciones
comunitarias por falta de saneamiento; la última multa al Estado tuvo
una cuantía de 46 millones de euros, ninguna broma, en las que se señaló
directamente a municipios malagueños como Estepona, Marbella, Nerja,
Alhaurín el Grande y Coín. Y aquí tienen el parche: este verano, unos 30
barcos (cuatro de ellos en la capital) navegarán a la deriva por el
litoral para quitar residuos sólidos y líquidos que flotan en el mar, es
decir, esa repugnante ‘nata’ a la que también puede denominarse
‘emulsionado flotante’ o sencillamente mierda. No nos engañemos: los
barcos ‘quitanatas’ están ahí por estética. Sólo aportan una impresión
superficial de limpieza.
Aquí la culpa no es sólo de las administraciones. Hay que luchar por
el civismo con mano dura. Como no se puede poner a un agente de la
Interpol por cada inodoro, habría que prohibir la venta de esas
terribles toallitas húmedas mientras no sean biodegradables. Igual que
con los perros y como si fuéramos niños, acabaremos haciendo un registro
del ADN de los bañistas, hacer lo que sea para imponer dolorosas multas
a quienes dejen las colillas la arena cual cenicero de bingo o se
olviden de recoger papeles, latas y demás parafernalia, o arrojen al
inodoro o al mar compresas y profilácticos porque una cosa debemos tener
clara: el ciudadano también es cómplice.
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