Un coche blanco con altavoces anuncia el estreno del último éxito de la cartelera. La imagen es un billete al pasado. A los barrios y pueblos del siglo XX que vivían pendientes de películas de caballos y tiros, de aventuras de mosqueteros, de amores arrebatados que tiraban a destapes picantes o de kingkones y aliens varios. Pero no es el caso. El auto parlanchín anuncia el reciente éxito ‘Los pitufos. La aldea perdida’ por las calles de Alhaurín el Grande. Y todos saben que este fin de semana toca pasar por el cine San Francisco que, a punto de cumplir su medio siglo, es la última sala de Málaga con una sola pantalla que sigue estrenando cada viernes lo último de lo último.
Este fin de semana repite ‘Guardianes de la Galaxia Vol. 2’, que funcionó como un tiro la semana pasada. «La competencia es bestial, estamos rodeados de multicines y las negociaciones con las distribuidoras son complicadas, pero tenemos nuestro público», señala Paco Farfán, sentado en el vestíbulo de este cine que ha sabido adaptarse a los tiempos sin tocar su imagen a lo Cinema Paradiso. Y es que la promoción por las calles megáfono en ristre no está reñida con las redes sociales, donde Pilar Farfán, hija del fundador y continuadora de la saga junto a sus hermanos Juan Miguel y Francisco José, anuncia los estrenos y horarios. «Sí, yo soy la ‘community manager’», se ríe.Nació como cine de verano, pero en 1977 se remodeló a imagen y semejanza del Astoria
Lo del San Francisco es un caso único. De película. Limita al norte con el multicines Pixel de Coín al sur con el Plaza Mayor de Málaga y al oeste con el Miramar de Fuengirola. Sitiado por tropecientas pantallas y grandes multinacionales de la exhibición, la familia Farfán se defiende en Alhaurín como una pequeña aldea gala que se resiste al invasor. Su secreto: anunciar un estreno cada viernes. «Cada vez hacían menos copias en celuloide, por lo que en 2014 tuvimos que tomar la decisión de cerrar o adaptarnos al digital», relata Pilar Farfán mientras sube por una angosta escalera –impagable como escenario de cinta de terror– que lleva al corazón del cine, la cabina, donde un monumental proyector que haría las delicias de un museo de los fotogramas comparte espacio con una voluminosa caja metálica carente de personalidad y misticismo pero con la última tecnología. Un armatoste que cuesta 50.000 euros, pero que ha permitido prolongar la vida del cincuentón Cine San Francisco como si fuera un trasplante... de corazón digital.
Francisco Griñán
Diario Sur
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