Últimamente ando sopesando si me da más rechazo la corrupción política o la corrección política. En general, nos estamos volviendo insensibles al mangoneo masivo diario y, por otro lado, nos sensibilizamos demasiado con cualquier perogrullada hasta la vergüenza ajena. El otro día, el bueno de Sergio Orbegozo me recordaba unas palabras del maestro Larra que vienen al pelo con lo que pasa estos días: «Me han de llamar mal español porque digo los abusos para que se corrijan. Aquí creen que sólo ama la patria aquél que con su vergonzoso silencio o adulando a la ignorancia popular contribuye a la perpetuación del mal».
«Antonio, perdónanos», exclamaba un malagueño indignado por la partida de Antonio Banderas del proyecto de Astoria. Como si la culpa la tuviéramos toda la ciudad por seguir rindiendo una absurda pleitesía del todo vale a lo que nos han vendido los que buscan el calor de los flashes y el autobombo a cualquier precio, el señor bicivolador y sus acólitos, embarran cualquier propuesta honesta con sus brazos por encima, con sus concesiones de barra y gin tonic... Y ahora le ha tocado al pobre de Antonio, que, sin duda, vendría con todo su corazón a apostar por su ciudad pero los que tiene en frente no han desaprovechado la ocasión para emborronarlo todo. No son las humillaciones, ni las críticas; son los avales, los permisos y los «tú no te preocupes que esto lo apaño yo». Mejor salir a tiempo del Titanic que esperar que se hunda y luego ya veremos a ver.
Pero de todo esto lo que más miedo da es que la gente de a pie se lo cree todo, llamando «rojos», «reventadores» a cualquiera que levante una voz disonante ante el maremoto incuestionable donde se creen que nadan . Pronto los señores que deciden las grandes partidas presupuestarias se habrán retirado; las concesiones a dedo sin mirar un plan de futuro sostenible se quedarán, ellos ya no estarán y les tocará a esos señores y señoras indignadas porque su Antonio se ha ido, los que dicen «tendrán quejas ahora los artistuchos con la de museos que les han puesto». A ver qué dirán entonces, cuando tengan que hacer frente a la morterada o el pufo de la urgencia fotográfica del maese bicivolador. Mientras tanto, disfruten de las jornadas de repartición de carne con tomate, de las muestras de freestyle en bicicleta y del victimismo torticero de «si no me quieren me voy».
Yo, por mi parte, discúlpenme mi ausencia estas semanas, pero la vida nos pisa los talones. Por suerte o por desgracia, me tengo que encargar en persona de cada movimiento musical que hago y ahora ando en plena vorágine con un concierto de despedida del disco (el 1 de julio en Cochera Cabaret), una gira por Cataluña, preparando repertorio con los chicos de Red Rombo, que sacan disco, y la gira del Mercadona, como yo llamo a los bolos de los fines de semana (esa manía de comer diariamente quién me la inculcaría). En estos días la coherencia ofende y el que malvive bien de lo que más le gusta ni les cuento. Muchos días hay tantos temas de que hablar que acaba uno con un dolor de cabeza que lo último que quiere es sentarse a plasmarlos en un folio, pero nobleza obliga... Bendita columna que me ahorra un dineral en psicoanalistas y entre eso y los otros euros que me ahorro en cuchillas por la barba de castrista del sesenta y ocho que luzco, no me puedo quejar. ¡Si es que malvivimos por encima de nuestras posibilidades, carajo! Menos mal que los domingos los museos son gratis. «Hay cosas que no tienen solución y son las que más». Larra, siempre.
Alex Melendez
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