Habría que saber el número exacto de reses bravas que se sacrifican en
Antitauromaquia,a modo de alegato
contra la fiesta nacional. Ciertamente, no esperamos nada con este
libro, salvo librarnos de este charco de sangre.
España cada año ante el general jolgorio lleno de gritos, aplausos,
denuestos, vítores y regüeldos de los aficionados a la fiesta nacional.
Según cálculos tomados al aire, la cantidad oscila alrededor de 50.000
toros corridos o sacrificados públicamente en plazas y en festejos
populares.
Si por cada res muerta, que se llevan las mulillas al
desolladero, se añade una media de tres puyazos, tres pares de
banderillas, tres estocadas, cuatro pinchazos en hueso y otros tantos
descabellos, acompañados de los vómitos correspondientes producto de
degüello, la suma alcanza más de un millón de cuchilladas. El
inconsciente colectivo de este país está sumergido en la charca de
sangre que se deriva de esta gran carnicería festiva, y que a su vez
convierte su violencia orquestada con las consabidas charangas en una
costumbre cotidiana. La corrida ha perdido toda su estética. Bien en los
cosos taurinos, cada año más deshabitados, bien en su versión
pueblerina en plazas de carros, con encierros, toros de fuego o
ensogados, donde los morlacos destripan cada verano a no menos de una
docena de borrachos, a esta fiesta nacional ya no hay poeta, crítico o
aficionado que la salve, ni siquiera invocando al buey Apis. Desde hace
más de 30 años, por primavera, cuando empieza la feria de San Isidro,
sin faltar nunca a la cita, he escrito un artículo antitaurino en este
mismo periódico. Por primera y única vez voy a permitirme el impudor de
escribir sobre mi trabajo. Con El Roto, quien aporta una serie de
dibujos con los que denuncia magistralmente esta matanza ritual, juntos
hemos publicado una nueva Antitauromaquia,a modo de alegato contra la fiesta nacional.
Ciertamente, no esperamos nada con este libro, salvo librarnos de este
charco de sangre.
Manuel Vicent
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